Artículo publicado en el diario «La Nueva España» el 15 de septiembre de 2020.
Maxi Rodríguez
Perseguimos la furgoneta de “Margen” ansiando algún día estar ahí dentro, viajar sentados, codo con codo, con Cancio, Monchi, Margarita, Telvi, Arturo, Miguel Ángel, Jose Lobato… “Margen” era nuestro referente, el “Comediants” autóctono, la firma asturiana del Teatro Independiente que nos representaba por el mundo. Los actores vocacionales del siglo pasado entreteníamos nuestra adolescencia admirando a los grandes intérpretes que teníamos a nuestro lado. En Asturias no había escuela homologada de teatro y los que queríamos ser profesionales cuanto antes íbamos a los cursillos de “Margen”, les seguíamos en cada bolo, disfrutábamos de sus actuaciones y -ávidos de ganar experiencia- les echábamos una mano (meritoriaje, años 80) para subir las etapas de potencia a la furgoneta.
Un día, con 14 años, vi las “Las galas del difunto” en el Instituto de Pola de Lena y desde entonces fijé mi mirada en aquella camioneta azul con “Margen” en la puerta, preguntándome en cada cruce dónde actuarán, qué obra harán, tengo que verlos, tengo que llegar. Ídolos. Así, tal cual.
Grandísimos artistas frente al eterno desafío del actor periférico que no consistía en ser perfecto, sino en ser completo. Espectáculos de interior, de calle, para adultos, infantiles… En aquella furgoneta cabía todo. Y entre tanto talento, Jose “el Pelos”, uno de los grandes, el Jaminín de “De vita Beata”, un tipo de voz grave y portentosa que, si tenías el privilegio de trabajar con él, sabías que te lo daba todo y se hacía querer. El oficio y el tiempo me llevaron a su lado. Coincidimos en varios trabajos. Y, vía Ujo Taruelo por parte de güela, compartimos multitud de confidencias sobre la terca decisión de luchar desde Asturias por dignificar la profesión. Padeció durante tantos años la falta de política teatral en esta región, sin circuito estable, con la humanidad enfrentándose a sí misma en cuadras, polideportivos o centros parroquiales, que quizá eso le impulsó al salto a la política, por quitar caretas a los cargos importantes. Un actor absolutamente comprometido.
Jose Lobato era uno de los grandes, un actorazo que brillaba en la escena asturiana, ese eufemismo que acaba por mirar con condescendencia a los de casa y no significar nada, lo que viene siendo picar piedra y “ya te llamaremos si no hay pasta y fallan los de afuera”. Afortunadamente, el tiempo hizo que su brillo y capacidad traspasaran fronteras: importantes títulos de cine, series nacionales de televisión…
Pero yo prefiero recordar a Josín compartiendo rodajes en cortometrajes con guajes que empezaban a rodar. Ahí vi la grandeza de un grandísimo, inmenso actor, dándolo todo por nada, disfrutando por el irrenunciable compromiso con su oficio y consigo mismo.
-Vas mancate.
-¿Otra toma, ho? ¡Voi de cabeza!
Ocupé su asiento en aquella mítica furgoneta cuando cambió de rótulo, “Teatro del Norte”, y me subí a sus zancos en el espectáculo “Carlota Corday” de Etelvino Vázquez. Siempre sentí que eso, de alguna manera, era seguir la estela de uno de mis ídolos. Las últimas veces que nos vimos fueron cosa de celebración: Un homenaje en el Festival de Cine de Bueño, la Medalla de Plata de la ciudad de Oviedo, El Premio OH! de Honor… Momentos de chanzas con amigos, de exabruptos compartidos, de entrañable evocación…
Un fortísimo abrazo a Gladys, a todos los allegados y familiares.
Se nos va uno de los grandes. Gran paisano. Un actor, un señor.